Dar margen de error
Reconocer la belleza del desorden y el valor del fracaso
El universo, dice la ciencia, está gobernado por un orden… y un poco de caos, pero tendemos a vivir nuestras vidas de forma racional y a ver la previsibilidad y el éxito como algo positivo. Pero lo cierto es que no lo son. Bueno, no siempre. Considere, por ejemplo, la invención del marcapasos, los Post-It e incluso los copos de maíz. Todos ellos nacieron de un error. En los errores hay valor e incluso belleza y nos vendría bien reconocerlo.
En la era digital no esperamos que las máquinas cometan errores. De modo que los errores digitales adquieren un cariz exótico. La popularidad del «glitching», una técnica de arte digital que aprovecha los errores de los programas informáticos, la edición de los datos y los errores del hardware para producir una belleza inexplicable, va en aumento. Los artistas del glitch encuentran la belleza y lo espiritual donde no lo esperamos, dando un toque humano a las frías tecnologías que nos rodean. Un torrente de material de origen procedente de videojuegos, aplicaciones hackeadas, bots, malware y errores habituales de los sistemas operativos es transformado en vídeos artísticos, patrones textiles y esculturas retorcidas impresas en 3D.
Pero ya hace mucho tiempo que los errores son valorados en el arte. La fotógrafa victoriana Julia Margaret Cameron descubrió que en sus desenfoques accidentales había una belleza que no había en las imágenes nítidas. Los efectos fantasmagóricos y las sombras que se muestran en los retratos de su familia, sus amigos y otros artistas pueden parecerse a los filtros de Instagram de su época, pero los críticos se mostraban divididos ante su obra. Algunos desdeñaron sus fotos como la obra de un principiante famoso, mientras que otros consideraban que acercaba a la fotografía a las bellas artes.
Wabi-Sabi, el arte japonés de encontrar la belleza en la imperfección se inspiró en la poesía meditabunda que surgió tras una brutal guerra y maduró hasta convertirse en una reacción prácticamente filosófica contra la ornamentación y los materiales lujosos en el siglo XV. Hablando en plata, wabi acabó significando solitario y sabi una hermosa pátina que se ha formado con el tiempo. Se trata de apreciar las cosas que tienen defectos, son antiguas o incompletas con una profunda melancolía que reconoce lo efímero de la vida.
El interés por la aparentemente aleatoria belleza de la naturaleza aumentó en la era de las máquinas. La industrialización inspiró el movimiento de artes y oficios y el interés por la artesanía local. William Robinson, jardinero y periodista irlandés, menospreciaba los jardines formales franceses y defendía el «jardín salvaje» en enérgicos debates y libros (en aquella época la gente perdía la cabeza por la jardinería). Robinson creía que debía dejarse que los jardines se desarrollasen de manera natural y que debía disfrutarse de las plantas en su estado natural en lugar de en jardines dispuestos de forma geométrica. ¿Puede que también nos convenga ese estilo salvaje?
De hecho, según el economista Tim Harford, el desorden podría ser bueno para las personas. En su libro “El poder del desorden para transformar nuestra vida” afirma que a menudo la creatividad y la resistencia se ven beneficiadas cuando existe cierto grado de desorden. Un montón de papeles sobre una mesa puede ser más eficaz que un sistema de organización elaborado y puede dar lugar a nuevas ideas y oportunidades. Cierto grado de confort en medio del caos también puede ser una ventaja a la hora de diferenciarse y escapar de la previsible muchedumbre.